Cómo gestionar el manejo del dinero (y otros asuntos) cuando vives en pareja
23 marzo, 2016 | Antonio Beltrán
Y ocurrió: estabais enamorados, os compenetrabais, queríais pasar más tiempo juntos… y tomasteis la decisión de iros a vivir a la misma casa. Ilusión, nervios y muchas cosas para hacer. Todo fue más o menos bien hasta que empezaron a surgir los desacuerdos. Pasar unas horas o unos días juntos, incluso pasar las vacaciones juntos, no es lo mismo que vivir en la misma casa y asumir y compartir la responsabilidad de que esa casa funcione.
1-LAS CREENCIAS (Ideas a las que les damos crédito sin cuestionarlas)
Os cuento una historia: vamos a llamar a nuestros protagonistas Juan y María. Se quieren, se respetan. Tienen el primer hijo, luego el segundo. Pero no van bien. Pelean constantemente, ya no sienten el mismo acercamiento sexual, se dan cuenta de que tienen un problema serio que afrontar. Llegan a terapia como último recurso. Ya en la primera sesión surge el abismo: se reprochan un hecho concreto del principio de vivir juntos. Se nota que les duele muchísimo todavía.
Hacía pocos meses que se habían casado y se acercaba el cumpleaños de Juan. Ella, criada en una familia donde daban mucha importancia a celebrar los aniversarios con una gran fiesta, le preparó en secreto una celebración sorpresa. Muchos amigos, regalos y un pastel con sus velitas que elaboró ella misma porque le gustaba hacer repostería. Esperaban su entrada a oscuras. Cuando al final él llegó, aplausos, canciones… que se detuvieron al ver la cara que puso. Se fue a la cocina y María le siguió ¿Qué te pasa Juan? – le preguntó muy preocupada -¿Qué me pasa? ¿Qué es esto? te pregunto yo. Te dije que no me gusta celebrar los cumpleaños y ¡vas y me montas esto!
Habían pasado cinco años y seguía el inmenso disgusto por ambas partes. ¿El problema? Que los dos se sentían muy ofendidos por el otro. Ella, porque había puesto dedicación y amor y recibió rechazo y crítica. Él, porque se sintió traicionado por su mujer, que no hizo caso de su deseo (no celebrar el cumpleaños) e hizo lo que le vino en gana. Pero en realidad el verdadero problema estaba en sus creencias. Provenían de familias muy diferentes: la de ella, gente que necesitaba mucho contacto con la familia, dispuestos a echar una mano, acostumbrados a pasarlo bien todos juntos, afectuosos, muy unidos. La de él, personas menos afectuosas, más independientes, acostumbradas a hacer su vida sin contar demasiado con los demás miembros de la familia. De hecho, no celebraban los cumpleaños y a Juan nunca le habían dado una fiesta.
Profundizando con ellos, María pudo decir que precisamente ese hecho (el no haber tenido nunca una fiesta de cumpleaños) le dolía tanto por Juan, que sintió que tenía que dársela (aunque él dijera que no la quería) porque le amaba mucho. Confiaba en que se emocionaría tanto que el enfado se le pasaría muy pronto. Ella no podía concebir una familia sin celebraciones todos juntos porque así se expresaban el cariño. Juan también pudo decir que a él no le conmovía nada una fiesta, más bien le molestaba porque no le gustaba dar muestras de afecto, no eran necesarias. Le ponía nervioso, era desagradable. El cariño se expresa con acciones, no con fiestas.
Así que lo que cada uno creía era opuesto a lo que creía el otro. Pero nunca se habían planteado otras opciones, ni se habían cuestionado su creencia, ni nunca lo habían hablado en profundidad. El daño emocional que había resultado de esa situación no sólo se mantenía vivo, sino que había comenzado a deteriorar su relación de pareja y amenazaba con romper su familia.
Una creencia es pues una idea que nos creemos y tomamos decisiones en base a ella. No cuestionamos esa creencia, es así y ya está. Seguro que te acuerdas de cuando eras pequeño o pequeña y creías en los Reyes Magos. Esa emoción la noche de Reyes, las pruebas de que habían pasado por tu casa (no habían ni las galletas para los Reyes, ni el agua para los camellos, y sobre todo: estaban ¡todos los regalos!). Años más tarde, la gran decepción al descubrir que los Reyes son los padres. Esos pequeños detalles que iban revelando la mentira: idas y venidas a casa de la vecina, alguno de los armarios cerrados con llave, miraditas entre los papás y los abuelos, compañeros del colegio que lo aseguraban…
Las creencias suelen ser inconscientes. Es decir, las tenemos (y creemos) pero no nos damos cuenta de ellas. Las cosas son así y ya está. Pero las creencias pueden ser limitadoras. Nos hacen ver una determinada situación sólo de una manera. Esto nos impide buscar otras soluciones, encontrar otra explicación, nos obligan muchas veces a quedarnos paralizados en esa creencia y esto puede causarnos daño emocional (como en el caso de Juan y María) y no comunicarnos de verdad con la otra persona.
Claro que también las creencias pueden ser potenciadoras y ayudarnos a sentirnos fuertes para resolver o superar cualquier situación difícil con la que nos encontremos. Seguro que conoces a alguna persona que siempre dice que se puede salir de todo, que de todo se aprende, que siempre hay una salida… Estas también son ideas que nos creemos y que no cuestionamos, pero la diferencia con las creencias limitantes es enorme: las creencias potenciadoras nos impulsan a buscar soluciones, a atrevernos a avanzar, a enfrentar los obstáculos y superarlos.
La buena noticia es que las creencias se pueden modificar consciente y voluntariamente. Como pasó con Juan y María: ambos aprendieron a modificar las creencias que les separaban, a encontrar otra forma para explicar lo que necesitaban, lo que sentían. Se fueron solos algunos fines de semana, para trabajar en sus vidas. Escribieron cartas (para sus padres, para los padres del otro, a los niños que habían sido, a las personas adultas que querían ser) que no eran para enviar, claro. Hicieron dibujos de sus sentimientos y de los sentimientos del otro y pudieron captar mejor lo que querían decirse (les gustaba escribir y dibujar). Pudieron así comprenderse mejor y perdonarse de verdad lo que les había herido en el pasado. Aprendieron a comunicarse mejor, recuperaron su vida de pareja. Comenzaron los dos, a organizar los aniversarios de sus hijos. Recuperaron su familia.
2-LOS MODELOS DE REFERENCIA Y LOS HÁBITOS ADQUIRIDOS
La infancia es larga. Han de pasar muchos años antes de que seamos capaces de cuidar de nosotros mismos. Durante este tiempo, todos vivimos en una familia (o en una formación que cumple esta función) que nos va modelando poco a poco según la manera en cómo piense que funciona el mundo. Los modelos de referencia, que son básicamente los padres pero también otras personas que nos influyen en esta época de la niñez, nos van dando una serie de creencias sobre el funcionamiento del mundo y también modelos de actuación ante las urgencias que nos plantea la vida. Estas creencias, estos modelos, son los que van enseñándonos los hábitos de vida que luego pasarán a ser automáticos e inconscientes.

Hay familias donde el mantel con las migas se sacude fuera, tirándolas a la calle. Hay otras familias donde se recogen las migas con un cepillo y una pala y se tiran a la basura. En otras, se entra al baño sin importar quien esté o lo que esté haciendo; en otras casas, la privacidad en el baño es una prioridad. En unas familias, la madre y las hijas son las que hacen el trabajo doméstico mientras el padre y los hijos no hacen nada de ese trabajo. En otras, todos colaboran sean chicos o chicas, en que la casa funcione como un hogar, y barren o planchan o cocinan o cualquier otra labor de la casa. En algunas casas se fomenta el ahorro y la buena gestión del dinero; en otras, se gasta sin pensar y casi siempre falta el dinero para lo que hace verdadera falta.
Estos hábitos adquiridos se basan en las creencias y en los modelos de referencia.Creemos en lo que creemos. Pero cuándo lo que creemos, o los hábitos que tenemos nos causan problemas, llega la hora de cuestionarnos estas creencias y estos hábitos y tomar elecciones mucho más conscientes y más acordes con la persona que somos de verdad (o queremos ser).
Esto es lo que les pasó a otra pareja, os cuento la historia. Los vamos a llamar Nerea y Luis. Alrededor de los treinta años. Ella funcionaria y él propietario de una imprenta. Deciden casarse y lo hacen (a la manera tradicional, más por los padres que por ellos mismos). Todo les va bien, quieren divertirse un par de años, después ya llegarán los niños (quieren dos). Viajan a menudo, están muy ocupados. La casa se les cuelga un poco, pero no le dan importancia. Las cuentas están poco saneadas, siempre deben a la Visa, tienen menos dinero que cuando vivían solos. Comienzan las discusiones, pasa el tiempo y cada vez va peor. Al final llegan a terapia.
Al profundizar nos encontramos con que: Luis no valora mucho el dinero, cuando hay lo gasta y cuando no se aguanta. Nerea no valora mucho el dinero pero como tiene un sueldo estable, siempre tiene para lo que quiere (menos ahora que está casada, que ya no ve crecer el dinero en la cuenta corriente). Luis no valora mucho el trabajo de la casa, si hay ropa limpia bien y si no pues se pone la menos sucia. Si hay para hacer de comer, pues lo hace, y si no pide comida a domicilio (en el chino donde suelen comprar, les han regalado las últimas Navidades una Tortuga de la Suerte, porque son unos muy buenos clientes). Nerea le gusta la casa limpia pero llega cansada y casi nunca hace lo que le gustaría hacer para mantenerla limpia y ordenada. Los dos se sienten algo culpables de cómo gestionan las cosas pero sobre todo culpan al otro. Eso es porque ambos proceden de familias donde lo corriente ha sido siempre buscar culpables (pero casi nunca resolver la situación). No se dan cuenta, pero están repitiendo los modelos de sus familias respectivas.
El dinero requiere de Educación Financiera y resulta de vital importancia en el área económica. La logística doméstica no es importante, es necesaria para que el hogar funcione y cumpla su misión: albergar, proteger y cuidar a los miembros que vivan en ese hogar.
Así pues, Nerea y Luis tuvieron que dejar de enfocar su situación del modo cómo lo hacían: dejaron de buscar culpables y se pusieron manos a la obra. Hicieron listas (a ambos les gustaba hacer listas) sobre dinero y sobre tareas de casa. Pusieron cosas como estas:
- Dinero esencial (la casa, la comida, los suministros, la salud, la ropa, el transporte, los impuestos)
- Dinero especial (para las cosas que les gustaban de verdad, por ejemplo viajar varias veces al año, comer en buenos restaurantes)
- Dinero para invertir/ahorrar (esto era nuevo para ellos, pero al pensar sobre el dinero se les ocurrió pensar en el futuro)
Hicieron cuentas y vieron, en proporción de lo que ganaba cada uno, qué cantidad al mes tenían que aportar. Hicieron un mapa del año y pusieron los eventos que iban a pasar (Hacienda, por ejemplo) y los que querían que pasaran (los viajes). Comenzaron a ver el dinero de un modo diferente. Sí que era muy importante en el área financiera y ellos no lo habían tenido en cuenta.
Hicieron más listas, esta vez de cosas de la casa:
- Lo que me importa mucho que esté a punto (cada uno dijo lo suyo)
- Lo que me importa poco (cada uno también dijo lo suyo)
- Lo que me gusta hacer (si tengo tiempo y ganas)
- Lo que odio hacer
- Todo lo que hay que hacer según nosotros para que nuestra casa funcione (fue una lista larga pero consensuada)
Se dieron cuenta de esta manera de lo que era importante para cada uno de ellos. Detectaron los hábitos que no eran suyos sino aprendidos en sus respectivas familias. Decidieron que hábitos tanto de gestión del dinero como de la casa querían desarrollar. Hicieron más listas. Probaron. Hicieron ajustes. Se comprometieron con su desarrollo personal. Duró varios meses pero al final tuvieron éxito, superaron el problema que los alejaba y no sólo eso sino que crearon una mejor versión de sí mismos y una relación de pareja con más comunicación y autenticidad (ahora eran ellos quienes pensaban por sí mismos, no por las creencias o los hábitos adquiridos).
Podemos aprender de los ejemplos de los demás. Nosotros mismos somos ejemplo para otros. Es esencial tomar consciencia de lo influenciados que estamos por lo que hemos vivido, que está bien, pero que no nos obliga a seguir haciendo algo, simplemente porque siempre lo hemos hecho así. Podemos desarrollar nuevas creencias que nos ayuden a ser más quienes somos, que nos faciliten la vida, que nos aporten más tiempo y más satisfacción. Podemos aprender a gestionar mejor el dinero. A organizar mejor nuestra vida. Para tener más tiempo y más capital para hacer de nuestro estilo de vida deseado, nuestro estilo de vida real.
Os presentamos a Susi Grau, psicóloga y escritora que nos ha facilita este artículo con la finalidad de orientar a las jovenes parejas.
Me encanta ayudar a que las personas sean más ellas mismas y hagan realidad sus deseos.
En mi vida no hay mucha diferencia entre trabajar y vivir, todos los días pueden ser domingo. Suelo practicar todo lo que digo porque me gusta ser coherente y no le voy a decir a alguien que haga tal cosa si yo misma no soy capaz de hacerla.
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@susialina